Amo a Dios y le siento
en los pequeños milagros de cada hora:
en el fuego de la poesía, en el
dorado vuelo de la danza, en
los latidos blancos de la música.
Amo a Dios y ausculto latidos
de su pecho en el flujo y reflujo
del mar sobre la playa, en la
dulce marea de luz de las
vidrieras, en el duro chasquido
del relámpago, en las calientes
nanas de la lluvia.
Amo a Dios porque, a la luz
del Crucificado, voy descifrando
rutas, atajos de salvación por
las oscuras sendas
del sufrimiento.
Amo a Dios y reconozco su
Voz, su Presencia por los
íntimos claustros del corazón.
Amo a Dios porque si no es
de Dios ¿de dónde me nace
la dulcísima primavera de amor
que estalla hoy por los
jardines de mi vida?.
Amo a Dios y creo en Jesús
resucitado, de brazos
abiertos, corazón en ascua
y alas de Dios.
Amo a Dios y lo descubro
en la mirada azul del niño,
ventana pura por donde
se asoma el Padre de la Vida
y contempla con ternura su
creación.
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